Riñas nocturnas, droga, prostitución se extienden en la capital cubana
La noche habanera tiene su Triángulo de las Bermudas en la calle Galiano, donde se concentran los bares Cumbaking, 212 y V&S.
La noche habanera tiene su Triángulo de las Bermudas en la calle Galiano, donde se concentran los bares Cumbaking, 212 y V&S. En ese circuito de Centro Habana, muy cerca de la Casa de la Música –el establecimiento estatal que visitan numerosos extranjeros–, recalan guapos y maleantes, adictos y borrachos, prostitutas y bailarinas de barra. Los tres locales llegan a su punto de ebullición a las dos de la madrugada, cuando el personal de seguridad prohíbe a los clientes encender las cámaras de sus teléfonos.
En la jerga nocturna, los lugares así se siguen llamando “antros”, y el nombre les hace justicia. En los alrededores, todo –desde un cuerpo joven hasta un porro de marihuana– se consigue por el precio adecuado y ofreciendo las señas correctas. La precaución es indispensable: cada noche, media docena de policías montan guardia en las inmediaciones, revisan carnés de identidad y detienen a algún “personaje”, que desaparece dentro de un pequeño camión gris. “De los tres bares, el 212 es el más ‘tranquilo’”, insiste Yoan, uno de sus empleados.
Es verdad que las jineteras campean por su respeto y que por la madrugada –desterrados los celulares– dos jóvenes suben a bailar a la barra mientras el público les arroja dinero, pero aun así, opina, “no hay tanta crápula” como en el V&S o, escaleras abajo, en el Cumbaking.
El dueño del 212 se llama Ismael y estuvo preso durante dos años. Había reconvertido una casa en Playa en un bar, que llamó Las Piedras. No duró demasiado: la Policía cerró el negocio porque la droga y la prostitución habían alcanzado niveles inaceptables, incluso para los bajos fondos de La Habana, alegaban.
“Las autoridades hicieron el ridículo”, asegura Yoan, “y no le pudieron probar nada”. No obstante, Ismael estuvo preso durante dos años. Esto no impidió que en 2019, junto a su mujer, Yeni, obtuviera la licencia para abrir el 212.
El Cumbaking, en los bajos del 212, funciona como puesto de venta de hamburguesas y cerveza durante el día. Por la noche, la música estridente y los alcoholes más fuertes –aunque nunca de buena calidad– provocan que la Policía dé “paseos” frecuentes por sus portales.
Las quejas de los vecinos por la música alta llegaron a la prensa oficial el pasado 9 de noviembre. En una nota sobre la agenda del gobierno capitalino, un usuario residente en Galiano denunció “riñas nocturnas”, “ingestión de estupefacientes”, “inseguridad”, “prostitución” y exigió el “cierre de todos los bares de la cuadra”. Lamentó también que los planteamientos de los vecinos han sido presentados sin éxito a las autoridades de Centro Habana y a varios consejos populares. La falta de soluciones ante una realidad tan escandalosa sólo podía tener una explicación: “Nuestros decisores tienen oídos sordos”.
Las luces de neón del 212, el portón de madera barata del Cumbaking y la fachada en blanco y negro del V&S se han convertido en símbolos de una ciudad cada vez más áspera.
En teoría, todos los bares de la capital deben cerrar sus puertas a las tres de la mañana, explica Yoan. De esa ley solo se escapan el LM y el Tuyo y Mío, que pueden operar hasta las seis de la mañana “porque son de El Cangrejo”, afirma Yoan, aludiendo a Raúl Guillermo Rodríguez Castro, nieto guardaespaldas de Raúl Castro.
Sin embargo, la hora de la “última campanada” es la diferencia menos relevante entre los “antros” de Galiano y los bares de la “gente bien” asociada a la cúpula del régimen. Si en Playa y El Vedado se consiguen drogas y alcohol de calidad superior –y ningún oficial raso de la Policía se atrevería a aparecerse por allí–, en Centro Habana las prostitutas tienen que “fajarse” por entrar y las broncas se resuelven en la calle.
Las que logran “clasificar”, cuenta Yoan, abrazan al cliente apenas entra al V&S –el más áspero de los tres bares– y le disparan la oferta a bocajarro: “¿Estás para algo, papi? Por 5.000 me voy contigo la noche entera”.
Se sabe cómo empieza esa historia, pero no cómo acaba, dice el empleado del bar vecino. “De ahí puedes salir, efectivamente, para el cuarto de la prostituta, que por ese precio pueden considerarse ‘de bajo costo’, pero también puede ser el inicio de una estafa”. Ella es solo una carnada para que el cliente baje la guardia, acuda a determinado lugar y, una vez allí, aparezca el “pariente” de la mujer, navaja en mano y tanteando los bolsillos hasta encontrar la billetera.
Las “broncas públicas” son asunto de los guardias de seguridad –cuando ocurren dentro del bar– y de la Policía, cuando los “gorilas” levantan en peso a los “problemáticos” y los arrojan a la calle, para que terminen allí de resolver sus diferencias. Los agentes rematan la situación con las tonfas, las esposas y el camioncito gris. “Pero lo normal es que no se metan”, señala Yoan.
Las luces de neón del 212, el portón de madera barata del Cumbaking y la fachada en blanco y negro del V&S se han convertido en símbolos de una ciudad cada vez más áspera, decadente y peligrosa. Son la última estación de un deterioro que ni todo el alcohol de La Habana puede anestesiar.
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