Enfermo y anciano, pero sin poder dejar de trabajar: la historia de un vendedor callejero

Raúl Pupo Bermejo, de 71 años, lleva casi cuatro décadas como vendedor ambulante. Pese a sus problemas de salud, no puede dejar de trabajar

Enfermo y anciano, pero sin poder dejar de trabajar: la historia de un vendedor callejero

LA HABANA, Cuba. – “Tengo dos hernias inguinales y así estoy trabajando. ¿Qué voy hacer?”, se pregunta retóricamente Raúl Pupo Bermejo, quien a diario camina las calles de la ciudad de Holguín empujando una carretilla con productos del agro a la venta.

“La hernia me duele y tengo que aguantar el dolor. No puedo sentarme, tengo que seguir caminando para poder vender. Si no lo hago nos morimos de hambre; mi familia necesita de mí”, dice el señor durante un breve descanso, visiblemente extenuado.

Diariamente, desde el amanecer, Pupo Bermejo sale a trabajar. “El día anterior lo dejo todo listo para comenzar el recorrido a las 5:00 de la mañana, así aprovecho mejor el día”, comenta.

La estrategia le ha dado resultado: es casi mediodía y le quedan pocos mazos de habichuela por vender.

A esta hora al dolor de la hernia se le suma el hambre. El anciano no ha almorzado y en su estómago solo hay un poco de agua con azúcar que tomó antes de salir de la casa, cuenta. “Y gracias que había un poquito de azúcar porque el pan de la bodega no lo estaban vendiendo. Mañana será peor porque no tendré nada que desayunar y así mismo tendré que trabajar”, agrega.

Habitualmente Raúl camina más de cinco kilómetros diarios por su trabajo como vendedor callejero, una labor que realiza desde hace casi 40 años.

Ahora está lejos de su casa. Todavía le falta recorrer el tramo de regreso al hogar, pero se siente satisfecho: ha vendido casi toda la mercancía. “Dios me ayuda”, apunta.

“Raúl, ¿a cómo tienes las habichuelas?”, le grita una señora desde el portal de su casa. “A 70 pesos el mazo”, le responde.

A la espera de la mujer, Raúl hace un alto y se sienta en un escalón que da paso a una casa de la calle Cervantes. “Mi familia es pobre. Tengo 71 años y mi chequera es de 1.700 pesos mensuales, que no alcanza ni para comprar croquetas”, dice.

“Yo me cuido la hernia, traigo una faja. Me la cuido porque tengo que hacer esto. Si no lo hago paso hambre y el hambre es dura”. Enseguida se pone de pie y le vende el mazo de habichuela a su clienta. Toma la carretilla por los palos, comienza a caminar y a pregonar.

Este 3 de noviembre es el cumpleaños de Raúl, pero para él, como hace tiempo, no habrá celebración: será un día igual o peor que otro. “Lo ‘celebraré’ trabajando, caminando, pasando hambre y con el dolor de la hernia”, asegura mientras se toca la faja que lleva atada a la cintura.

El padecimiento lo sufre desde hace más de dos años. Con el tiempo y el esfuerzo físico se le ha ido agravando. Solo una intervención quirúrgica puede darle mejoría, pero a Raúl le han dicho en las consultas médicas que por ahora no hay recursos para llevarlo al salón de operaciones. “Quizá me operen este año. Por un lado tengo que solucionar este problema porque cada día empeora mi salud, pero no sé qué será de mí y mi familia cuando me operen y deje de trabajar varios meses”.